R. Fischer
Cuando finalmente, con la perspectiva que da la distancia, se escriba la historia del extraño hara-kiri que llevó a la decadencia –ojalá que solo dure unos años– de la Universidad de Chile como resultado de un paro estudiantil que se extendió más de un semestre, se podrán determinar los errores de estrategia y sus responsables.
Me parece, como lo he sostenido otras veces, que el error de los estudiantes fue su intolerancia. Al mes del movimiento, cuando tenían al gobierno contra las cuerdas, habían conseguido lo máximo que podrían conseguir: el gobierno aumentaría los recursos a las universidades públicas, aumentarían las becas a los estudiantes de menores ingresos, se regularía el lucro y obtendrían otras medidas que solicitaban.
No sería lo máximo que aspiraban, pero era bastante, y continuaba con lo que habían conseguido los pingüinos algunos años antes. Asimismo, una buena negociación de la Cruch podría haber aumentado las platas para las universidades estatales, por encima de la oferta inicial. Pero para ello era necesario aceptar negociar, y esto significaba aceptar que no se podían conseguir todas las aspiraciones de los dirigentes esrudiantiles–después de todo, no es legítimo que el gobierno acepte todo lo que solicita un grupo de presión.
Una vez que el gobierno descubrió que no había negociación posible, debido a las posiciones fundamentalistas de la Confech (y de la Fech que las avalaba), y cuando ya su popularidad había caído al suelo, el gobierno no tenía nada que perder si se ponía firme en sus posiciones. Es lo que ocurrió y el movimiento estudiantil perdió importancia. El resto de la sociedad siguió funcionando tranquilamente, especialmente los estudiantes de las universidades privadas –supuestamente perjudicados por el sistema–. La Confech y sus universidades se han hecho cada vez menos relevantes para el país y la decadencia de la Universidad es un costo que tendremos que aceptar.
Cuando los historiadores busquen a los responsables de la debacle, Víctor Pérez será (y lo siento, porque creo que tuvo buenas intenciones) probablemente el principal. En su cargo, la prudencia debería ser permanente. Su incapacidad para criticar públicamente a los dirigentes estudiantiles cuando adoptaban decisiones cada vez más irresponsables, habilitaron a los dirigentes estudiantiles. Su incapacidad para negociar con el gobierno dejó pasar la oportunidad que le podría haber aportado recursos frescos importantes.
Segundo, Camila Vallejos como el rostro de una dirigencia estudiantil de la Universidad que demostró que estaba dispuesta a sacrificar todo –la Universidad, en particular– para evitar enfrentar a los extremistas de la Confech. Además, por formular un plebiscito ilegítimo –porque sus consecuencias no fueron informadas claramente a los estudiantes, porque fue decidido a la rápida– que extendió el paro al segundo semestre, pasando por arriba a Facultades que habían ya votado en contra.
En el caso de mi Facultad, se debe reconocer la responsabilidad de Andres Fielbaum, que no supo renunciar cuando un 76% de lo estudiantes votó en contra de que se dieran vuelta –por votantes externos– los resultados de una votación interna que había decidido claramente que deseaban la vuelta a clases. La misma dirigencia que el preside luego ratificó una decisión que iba contra de esa abrumadora mayoría de los que lo eligieron.
Pero además hay responsables académicos: aquellos que alentaron a los estudiantes, y no fueron nunca, ni son capaces ahora, de criticar las decisiones de los estudiantes, avalando sus pésimas decisiones y por lo tanto contribuyendo activamente a la decadencia de la Universidad de Chile.
También somos responsables nosotros, los demás académicos, que no nos hemos opuesto mas que pasivamente –algunos por temor, otros por inercia, y otros por desinterés– y no hicimos oír nuestras dudas y diferencias sobre lo que estaba pasando. Tal vez una participación más activa podría haber aglutinado los estudiantes más prudentes para oponerse en forma organizada a las decisiones de sus dirigentes.
Esta reflexiones deberían llevar a una reflexión más general: nuestras estructuras de gobierno son inapropiadas y la triestamentalidad lo sería más aún. Los estudiantes tienen una visión de corto plazo inapropiada para tener ingerencia decisiva en una universidad, y son manejados por dirigentes manipuladores que tienen objetivos propios. Los administrativos responden a intereses gremiales. Lo mismo ocurre con los académicos. En realidad, estoy en contra de la estamentalidad. No deberíamos ser nosotros, con nuestros intereses particulares, que difieren de los de la universidad como una institución permanente, los que gobernemos la universidad, aunque es natural que todos los estamentos tangan una influencia limitada –voz, pero no voto–sobre las decisiones.
Pero claro, decidir sobre una forma de gobierno no es fácil. Una posibilidad sería que el gobierno nombrase, como se hace en universidades estatales en los Estados Unidos, un consejo directivo elegido entre ex alumnos. Este consejo se encargaría de contratar a una empresa de búsqueda de personal para que encuentre una lista de candidatos idóneos para el cargo (de acuerdo a los parámetros de búsqueda decididos por el consejo), entre los cuales el Consejo elegiría al Rector. A su vez, el Rector y el consejo elegirían a los decanos. Al interior de lso departamentos, es posible la democracia con los académicos votando por sus directores de departamento (salvo que en casos extremos de disfuncionalidad interna, los decanos pueden intervenir). A esa escala la democracia funciona bastante bien porque lo intereses de los académicos están bastante alineados. Pero claro, esa es solo una idea a la rápida.