R. Fischer
Los estudiantes que se habían tomado la Casa Central han decidido entregar el edificio. En sus declaraciones comentando la salida, el Presidente de la Fech no se refirió para nada a las peticiones del Rector, Consejo Universitario o Senado Universitario para que abandonaran este monumento nacional.

Esto deja clara la poca influencia que tienen estas instituciones sobre la dirigencia estudiantil, que no actúa motivado por lo que le conviene a la Universidad, sino que por intereses completamente ajenos a esta. Estos motivos les parecen suficientemente importantes como para sacrificar la Universidad, que se ha transformado en un instrumento de sus convicciones políticas.1
Estos hechos dejan en evidencia que la idea de la triestamentalidad contiene un error conceptual. Los intereses y objetivos de los estudiantes y especialmente de sus dirigentes pueden ser legítimos, pero no pueden confundirse con los que interesan a la universidad. Y como la dirigencia es incapaz de separar estos objetivos, no debe participar en las decisiones que importan a la universidad más que en un sentido consultivo, en materias que los atañen directamente. Su lucha política debe realizarse fuera de la Universidad.
Siendo repetitivo, observo nuevamente la ausencia de convicción del Senado Universitario y del Rector en los intentos por desalojar la Casa Central. En dos meses y medio una sola declaración del Senado –y esa bastante tibia– sobre el tema. El Rector, por su parte, debió actuar como Catón el viejo y concluir todos sus discursos con la frase: «La Casa Central debe ser desalojada». No hacerlo y seguir actuando como si la toma de la Casa Central fuera un evento sin importancia constituye una falta a sus deberes como Rector. El símbolo de la Universidad no debería ser abusado sin una respuesta firme del Rector. Es notorio el contrasta con su reacción ante la légitima entrada de carabineros en la Casa Central persiguiendo encapuchados-delincuentes.
Nota:
1. Hay ocasiones en que es necesario instrumentalizar una institución en aras de un objetivo ajeno a ella. Pero eso debe ser un hecho excepcional, y no rutinario. Es admisible solo cuando no existen otros canales de expresión porque el poder se los ha tomado. Hay buenos motivos para pensar que eso ocurrió durante los 80 y en tal caso estaba justificado utilizar a la Universidad para perseguir fines ajenos a ella. No es el caso ahora, bajo un sistema democrático en que las opiniones no son perseguidas, hay múltiples canales de expresión, y el bienestar de la sociedad aumenta en todas las dimensiones: económicas, salud, educación, artes, y ambientales.