R. Fischer
Una de las cosas que más deben sorprender a los observadores externos del movimiento estudiantil es la pasividad de los académicos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile. Frente a las paralizaciones de actividades, los académicos siguen realizando tareas administrativas e investigación, y solo han dejado de hacer clases clases.
Esto debería llamar la atención. Después de todo, los académicos no están en paro, por lo que no se entiende que no hayamos comenzado el semestre en forma regular. Si los estudiantes no desean asistir, ese es un problema de ellos. Los dos estamentos son independientes por lo que no es necesario ni correcto acomodar nuestras acciones a las exigencias de los estudiantes. La obsecuencia de los académicos por temor a ofender a los estudiantes nos debería dar vergüenza.
Es cierto que hay académicos que apoyan las demandas estudiantiles y los mecanismos que ellos usan, y me parece apropiado que tengan libertad de hacerlo, y si lo desean que vayan a paro, pero ¿qué pasa con académicos que no apoyan todas las demandas, o que están de acuerdo con los objetivos finales pero no con los mecanismos para lograrlo? Hay muchos en esa situación, y sin embargo, no actúan en consecuencia, impartiendo las clases que son parte de sus obligaciones como académicos. El costo para la Facultad, en términos de pérdida de estudiantes, presentes y futuros, será grave.
De Toqueville, el famoso pensador y cientista político francés, visitó Estados Unidos en 1830 y excribió un informe en que notaba que pese a que los Estados Unidos era un país en el que la libertad de pensamiento era total, pero observó que no había diversidad de opiniones (al menos expresadas):
«I know of no country in which there is so little independence of mind and real freedom of discussion as in America.»
«In the United States, the majority undertakes to supply a multitude of ready-made opinions for the use of individuals, who are thus relieved from the necessity of forming opinions of their own.»
Según he observado en las reuniones de académicos para discutir el tema de que hacer frente a los estudiantes, estamos en la situación descrita por de Toqueville. Nos preciamos de libertad de opinión, pero antes de expresar opiniones, los académicos parten por las frases rituales sobre la razón que les cabe a los estudiantes y el apoyo que debe recibir el movimiento. No nos atrevemos a decir que estamos en desacuerdo y nuestra pretendida diversidad y libertad de opinión se diluyen en lugares comunes.