John Kay tiene un excelente artículo sobre la existencia de un derecho a internet de banda ancha. Según el, los que proponen esta idea no distinguen entre derechos vitales y aquellos que son simples aspiraciones, como que todos tengamos una buena educación, buena salud y medio ambiente saludable.
Kay cita a Dworkin, quién escribió que «rights are trumps», que en bridge significa que en una jugada, las cartas de baraja de una pinta particular le ganan a todas las demás, independientemente de su valor. Es decir, si tenemos un derecho a internet, ese derecho no depende del costo que eso signifique, ni de cuán poco estemos dispuestos a pagar por ese derecho: lo tenemos y no hay nada que hacer al respecto. Pero tal como no hay un derecho a la electricidad, al pan, o –menos mal–hasta ahora al agua, tampoco deberíamos tener un derecho a la internet de banda ancha: el costo para la sociedad puede ser excesivo. SE pueden tener subsidios, pero estos no pueden ser infinitos y pueden requerir alguna contraprestación a diferencia de un derecho.
En nuestro país nos encanta multiplicar derechos, pero tal vez esto se debe a que no entendemos la diferencia entre una aspiración y un derecho. Existe un derecho a no ser torturado, a la prensa libre, a no ser discriminado, pero estos derechos fundamentales no deberían ser aspiraciones sino derechos efectivos. En cambio, otros derechos son simples aspiraciones y deberían tener otro nombre, para que así los miembros del Tribunal Constitucional puedan entender que existe una diferencia.
Este blog convcuerda plenamente con la conclusión de Kay:
Confusing rights with things that are desirable is not harmless. In the past decade, we have seen the wider and wider use of the language of rights combined with a significant erosion of traditional and truly fundamental rights. The US government has engaged in torture and the British government has acquiesced in it. Free speech has been eroded by the use of libel writs to protect crooks and charlatans, by unmeritorious claims of privacy and by assertions of national security that confuse public safety with party advantage. The extravagant assertion of “human rights” by lawyers chasing briefs has created an environment in which many people treat the phrase with cynicism or even amusement. The misuse of the language of rights undermines the status of all rights. We should create rights sparingly, and defend them tenaciously.