R. Fischer
Esta foto apareció en las Ultimas Noticias de hoy: ¿No es una maravilla?
R. Fischer Escribir sobre la reforma tributaria es una osadía, dado lo poco que conozco en materia impositiva. Sin embargo, tal vez la opinión de un observador que no es experto tributario, pero si microeconomista, tenga algún valor. Creo que en la reforma hay tres aspectos claramente distinguibles:
Me parece razonable que suban, aunque no me queda claro si debe ser tanto como lo desean los que proponen el alza impositiva. Existe un segmento del grupos de mayores ingresos –especialmente entre los de muy altos ingresos– que paga mucho menos de lo que debería, mientras otros con ingresos menores pagan una proporción mayor de sus ingresos. La inequidad horizontal en un sistema de impuestos reduce su aceptabilidad social. En principio sería posible aumentar lo que paga el segmento de más altos ingresos sin aumentar las tasas, permitiendo satisfacer la presión por un aumento del gasto social. En nuestro actual esquema impositivo hay mucha elusión y evasión mediante mecanismos que distorsionan la asignación de recursos. Estas características no son particulares de Chile: también en países desarrollados existe una multitud de trucos similares. Por otra parte, una parte de lo que los proponentes del aumento consideran elusión es simplemente un traspaso de ingresos de un momento del tiempo a otro, es decir, una forma de ahorro que no debería ser penalizada. Por lo tanto las cifras de elusión que se muestran exageran la importancia de ésta.
En mi inexperta opinión, un sistema impositivo conceptualmente limpio y elegante tiene ventajas sobre un sistema que incluso en su inicio requiere ajustes para no provocar excesivas distorsiones económicas, en particular sobre la inversión. Es más fácil corregir un sistema con un fundamento lógico: solo se requiere voluntad política. Durante el gobierno anterior hubo un intento –sin demasiado entusiasmo– por cerrar algunos de los forados que tiene el FUT, pero enfrentó a un lobby de abogados tributaristas y contadores. Como tenía poco apoyo del gobierno, al poco tiempo se abandonó el intento. El actual gobierno tiene los votos y la voluntad para cerrar esos y otros resquicios en el sistema impositivo actual, con lo que se habría obtenido el mejor de los mundos: las ventajas de un sistema bien concebido, habiendo corregido sus problemas.
Desde ese punto de vista el sistema con base devengada (y sin FUT, en consecuencia) me parece peor. Esto se advierte al observar el tipo de ajustes que hay que hacerle para reducir su impacto sobre la inversión. Pese a ello, los problemas del nuevo sistema no siempre tienen respuesta. Son intrínsecos a este sistema impositivo. Veamos:
Deben haber muchos otros problemas que aparecerán con el tiempo. El tema es que todas estas complicaciones son inherentes al nuevo sistema impositivo, y para corregirlas /si se puede) habrá que hacerle ajustes. Y con eso tendremos un esquema tributario complejo, lleno de regla raras que se aplican en algunos casos y sin un principio rector claro. Y al final, es probable que haya más formas de elusión que bajo el sistema actual. Es lo que sucede en los países con este tipo de sistemas impositivos.
Si el lector revisa este blog, sabrá que la gratuidad me parece un serio error. Perjudicará a la sociedad (por una mala asignación de los recursos educativos); a las universidades del Estado, ya que lo importante será el apoyo del gobierno para conseguir recursos y no la calidad académica;, y a la equidad, pues recibirán universidad gratuita quienes podían pagar por ella.
Es una transferencia importante desde la sociedad a los más ricos. Después de todo, casi todos los jóvenes del último quintil van a la universidad, por lo que se verán beneficiados. Es difícil de creer que un número similar perteneciente a los otros quintiles asista a la universidad. Además, en la actualidad, los jóvenes de segmentos más desventajados tienen acceso a subsidios para costear sus estudios. Por lo tanto los jóvenes del 20% más rico –o sus familias– serán los más beneficiados. Si de mi dependiera, usaría los recursos para aumentar el gasto en educación preescolar y escolar en forma inteligente.
R. Fischer
No habría vuelto a escribir sobre el caso del Ministro de Hacienda y su actitud hacia la verdad, si no fuera porque un colega muy respetable me escribió criticando mi análisis. Según el, durante el gobierno de Piñera se hacía algo similar, y más dañino que la nimiedad de esconder un dato, como lo hizo el Ministro en esta ocasión:
Creo que en esa respuesta hay cierto errores, sin considerar el hecho que responder que un conducta reprobable es aceptable porque otros hicieron lo mismo.
Quienes han seguido la trayectoria de Piñera saben que no está dispuesto a investigar demasiado la veracidad de una noticia o dato favorable. Siempre estuvo dispuesto a repetir cifras que le convenían, pese a que su fuentes no eran sólidas y en algunos casos se demostró eran falsas. Por ejemplo, es probable que los porcentajes de tareas cumplidas en el caso de la reconstrucción después del terremoto del 2010 eran exagerados, independientemente de que todo indica que el proceso funcionó bien, mejor de lo que podría haberse esperado.
Lo dos casos que mi colega enrostra a Piñera son importantes, pero me parece que no están en la categoría de esconder datos de estadísticas internacionales de nuestro actual Ministro. Primero, el caso de las mediciones de pobreza de la Casen, que fueron la causa que finalmente CEPAL se retirara del proceso (entre paréntesis, la participación de CEPAL en este tema es tema para otra nota).
Piñera se jactaba de la caída en la tasa de pobreza durante su gobierno, sin mencionar que lo que tenía era una estimación puntual que no incorporaba el margen de error. Al incorporarlo, la diferencia en las tasa de pobreza no era significativa. Creo que esto cae claramente en la categoría de «trampitas» que hacía Piñera. El dato que citaba era correcto en el sentido de ser la estimación puntual, y era más baja que la del gobierno anterior. Lo que no decía era que la diferencia era lo suficientemente pequeña para que, desde el punto de vista estadístico, no había evidencia de que la cifra fuera efectivamente menor (aunque con una probabilidad de más de un 50% así lo fuera). Además, eran cifras provistas por el Ministro de Mideplan del momento, que también tenía una tendencia a ese tipo de juegos. Pero claro, Piñera, que es un doctor en economía, debería haber preguntado por la significancia del dato. Sin embargo, pienso que esta «media verdad» es distinta de simplemente hacer desaparecer un dato proveniente de fuentes internacionales porque no conviene: esa es una mentira.
El otro caso importante de Piñera tiene que ver con el Censo. Aquí me parece que Piñer tuvo meno culpa que en el caso anterior y la responsabilidad directa recae sobre el Director del INE (el Presidente es el último responsable, pero eso solo desde el punto de vista jurídico). Este director cambió a última hora el sistema del censo, por lo que no hubo espacio para prepararlo adecuadamente. Labbé debe haber convencido a Piñera de que era una buena idea el cambio, probablemente convenciéndolos de que era lo que hacían países desarrollados (algo Piñera aspiraba a imitar durante su gobierno).
Cuando comenzó a aparecer evidencia de que el censo falló, creo que Piñera se encontró con un problema complejo. Por un lado, con su imprudencia habitual había anunciado las ventajas de la nueva metodología, y ahora debía explicar que tenía problemas. Además, el Director del INE aseguraba que los datos recogidos eran buenos (pese a que «inventaba» algunos de ellos). Se entiende que en ese dilema, haya tardado en reconocer los problemas. Pero luego el gobierno solicitó un informe independiente de expertos nacionales y el Director del INE debió renunciar.
En este caso, aparte del error de haber elegido al Director del INE, y haber tardado en reconocer lo que había pasado, no hay una mentira activa de Piñera, en el sentido que si lo tiene la presentación del actual Mnistro de Hacienda.
En el mundo político aprovechar las medias verdades es algo acostumbrado. Admiro y apoyo a Andrés Velasco, por ejemplo, pero tengo dudas de la veracidad de las cifras del déficit estructural en el último año de Bachelet I. Mi impresión, bastante ignorante del tema, por lo demás, es que se maquillaron las cifras hasta donde se pudo para obtener el resultado deseado.
Nuevamente, esto es una media verdad, no una mentira. Creo que la diferencia importa. Las medias verdades son malas porque socavan la confianza en lo que dicen los políticos y miembros del gobierno. Las mentiras la destruyen.
R. Fischer
Tal vez la razón por la que una mayoría de la población confía en el Estado es que en Chile el Estado ha tenido poco espacio durante los últimos 30 años. En nuestro país el Estado subsidiario tiene un ámbito limitado de acción. Es un espacio en que lo hace relativamente bien. Por el contrario, las empresas privadas, que cubren muchas actividades que en otros países realiza el Estado, tienen una mala reputación. En esos otros países, es el Estado el que mete la pata, y por lo tanto no se tiene tanta confianza en él. En todo caso, nada parecido a la idea que parece haberse instalado en Chile.
R. Fischer
Pero acá se trata de algo mucho peor: el Ministro o alguien de su entorno (en cuyo caso el Ministro debería dar las explicaciones y despedir a la persona) borró cifras que contradecían el argumento que estaba haciendo ante parlamentarios. Es decir, se trataría de una mentira activa. ¿Cómo creerle en el futuro a un Ministro que altera datos en una presentación ante el Congreso?